Él escondió mi alma en la Grieta de una Roca
Que proyecta su sombra sobre una tierra sedienta
Él escondió mi vida en la profundidad de Su amor;
Y allí me cobija con Su mano. [1]
Escribir este segmento a manera de antecedentes para los eventos que siguen ha sido una labor extremadamente difícil, pero necesaria. En mis otros escritos, cuando he hablado acerca de mis experiencias personales, siempre he eludido muchos detalles que por razones obvias: son dolorosos de recordar.
Además, siempre he tenido la preocupación de que el lector se aburra o pierda el interés a causa de información de índole personal, y he procurado darle cobertura solamente a aquellos puntos importantes que tendrán injerencia posterior en la discusión general, y al mismo tiempo haciéndolo de la manera más breve posible.
Ruego un poco de paciencia en este sentido, y conmino a los que puedan sentir que esta información es superflua a que se sientan libres de abandonar la lectura y regresar posteriormente cuando la discusión regrese a “tópicos más universales”. No obstante, la experiencia me ha mostrado que muchas personas podrán encontrar similitudes entre las cosas que relato aquí y sus propias experiencias personales.
Como comentaba en el último capítulo, en cierto momento de mi vida decidí que tener un cerebro no era, después de todo, algo tan malo, aun si los defensores del “viaje de la fe” fruncen el ceño ante la idea de usarlo con prodigalidad, en vez de ofrecerlo en sacrificio para ser hipnotizado, retorcido como un “pretzel” y utilizado para justificar algún disparate teológico.
Recuerdo haber visitado a una amiga en su oficina y ver un rótulo en su escritorio que decía: “Dios no crea basura“. Me resultó divertido y a la vez me impresionó, porque justo en ese momento me encontraba librando una lucha para desembarazarme de la sugestión hipnótica que nos ha implantado la idea de que el ser humano es incapaz de utilizar su cerebro para entender a Dios, debiendo conformarse con la fe y, desde luego, las Escrituras, cualesquiera que éstas sean en los diversos viajes de la fe.
¡Cuántas veces había escuchado sermones que le adscribían al cerebro el estigma de no ser otra cosa más que un instrumento de Satanás! Obviamente, cuando hablamos de la “Mente del Depredador” podemos ver como ésta es una cara de la moneda. Sin embargo, me resultaba claro que todas las cosas que existen lo hacen dentro de la mente de Dios, quienquiera que éste o ésta sea a final de cuentas, y que por lo tanto la mente humana, como un rayo de la Mente Divina, ciertamente debe tener una función para encontrarlo/la.
Al leer ese pequeño rótulo me vi enfrentada con el hecho de que me había embarcado hasta tal punto en el viaje de la fe, que incluso tenía miedo a pensar. Había llegado a estar avergonzada de mi propensión a hacer demasiadas preguntas y se me había hecho sentir abrumadoramente culpable por mi capacidad de emplear el análisis lógico.
Una de la “sugestiones hipnóticas” del “Camino del Monje” es que no se permite pensar. El pensar lleva al cuestionamiento, y el onceavo mandamiento nunca escrito en las tablas es “¡No Cuestionarás!”.
Con una claridad repentina me di cuenta que una parte obvia de nuestra creación existe por el hecho de que tenemos cerebros –instrumentos asombrosos en verdad– por una razón. (¡Sé que el lector a estas alturas estará totalmente convencido de que soy la estudiante más lenta de todos los tiempos!) Pero de cualquier forma, este hecho auto-evidente de que Dios nos había dado cerebros por una razón, hizo surgir el siguiente pensamiento: ¿Acaso no deberíamos utilizarlos para descubrir a Dios, en vez de justificar una serie de disparates obvios acerca de Dios que nos han sido legados en forma de tradición por individuos que no contribuyeron a mejorar el estado de las cosas del mundo y a los que, de hecho, bien podríamos considerar como los creadores del sistema que nos ha metido a todos en el aprieto en que nos encontramos hoy día, lo que nos comprometería a no hacer uso de sus cerebros?
Por esa misma época algo muy extraño sucedió en mi vida. Nunca lo consideré como una abducción en aquel entonces. Es sólo que en retrospectiva puedo ver las claves que podrían apuntar en esa dirección. Por otro lado, puede haber otras explicaciones.
Como dije anteriormente, solíamos vivir en una cabaña muy pequeña. Era ocupada casi totalmente por nuestras camas, un espacio de almacenaje y una cocinita (¡si algo aprendí de esta experiencia es cómo diseñar la cocina perfecta!).
Mi cama era del tipo doble estándar y estaba completamente arrinconada con uno de los costados pegado contra la pared. Había un espacio muy estrecho entre el pie de la cama y la cuna del bebé. Yo siempre dormía del lado de la pared, de manera que la única forma de salir era gateando hacia atrás o haciendo que mi ex esposo se levantara. Con mi salud tan deteriorada, la opción de gatear resultaba sumamente difícil para mí, sino imposible. Una vez acostada, quedaba atrapada por el resto de la noche si no despertaba a mi ex esposo para que me ayudara a levantarme.
Una noche algo me despertó, aunque no sé exactamente de qué se trataba. Era un sonido, una especie de “ronroneo” grave, si es que así lo podemos llamar. Estaba muy adormilada, me sentía casi drogada, así que me resultaba difícil abrir los ojos. Sin embargo, sentí que debía investigar la causa del disturbio y me obligué a abrir los ojos y a levantar la cabeza de la almohada para poder echar un vistazo. Noté la cosa más extraña que haya visto hasta entonces y aun hoy sigo sin poder explicarlo de manera precisa.
Lo que vi fue una luz, pero no era una luz ordinaria. Era más bien como algo “sólido”. Estaba penetrando las paredes de la casa a través de lo que parecían ser grietas muy pequeñas y aberturas a lo largo de ellas. Por supuesto también penetraba por las ventanas, pero los haces diminutos como agujas que se colaban por las paredes eran muy extraños. Casi parecían sólidos, como carámbanos o hilos de cristal.
Cuando vi esto, estaba, claro, un poco confundida. No podía pensar en un tipo de luz tan poderosa que pudiera colarse por hendiduras en las paredes que bien podían ser microscópicas. Nunca he visto a los rayos solares hacer algo así, a pesar de que sabía que la estructura de la cabaña ciertamente presentaba finas aberturas. Estos rayos de luz cruzaban por toda la habitación.[2]
Al ver esta extraña luz, ¿qué fue lo que me dije a mi misma? ¡Que posiblemente se trataba del grupo de amigos de mi ex esposo jugándole una broma al manejar en convoy hasta el frente de la casa con sus vehículos “todo terreno” y sus luces de caza encendidas y apuntando hacia la casa! Claro, eso significaba que debía haber camionetas rodeando la casa, dirigidas hacia la casa, así como también una encima de la cabaña con las luces apuntando hacia abajo. En ese momento de verdadero engaño, parecía como una explicación razonable para algo totalmente inexplicable para mí.
¡El único problema era que mi ex esposo no tenía amigos con camionetas todo terreno equipadas con luces para caza! Pero sin dejar que ese pequeño detalle me molestara, decidí que debían ser SUS amigos jugándole una broma y que yo estaba demasiado cansada para reír, así que dejaría que fuera él quien se levantara a lidiar con ellos. ¡Cómo se atrevían a aparecerse en mitad de la noche a jugar sus tontos juegos, cuando él debía levantarse muy temprano para salir a trabajar! Aún más, ¡yo requería urgentemente descansar! ¡Después de todo estaba enferma!
Y eso es justamente lo que hice: ¡me cubrí la cabeza con las cobijas y volví a dormir!
Lo siguiente que recuerdo es que me encontraba adolorida. No en un lugar específico, pero todavía me encontraba muy frágil luego de meses de convalecencia post-parto (en los cuales, como lo describí en Gracia Asombrosa, tuve que estar postrada en cama a causa de las lesiones pélvicas sufridas), por lo que la más leve actividad me provocaba dolores en todo el cuerpo. El dolor parecía provenir del área del abdomen y penetraba hasta la espalda, similar a las primeras señales de parto.
Entonces el dolor me despertó, pero lo que resultó muy extraño fue que al despertar, ¡me encontré dando la cara a los pies de mi ex esposo! Estaba en posición completamente invertida en la cama. Además, mi camisón de dormir se encontraba mojado de las rodillas hacia abajo. La operación de incorporarme hasta estar sentada contra la pared, para luego recoger mis piernas una a la vez y girarlas hacia el pie de la cama de manera que pudiera ponerme de pie y verificar qué cosa había sucedido, resultó sumamente dolorosa para mí, pero me las arreglé.
Me quedé ahí con el camisón mojado ceñido a mis piernas y traté de pensar cómo es que estaba mojada. Recuerdo haberme sentido casi histérica por el hecho de pensar sobre eso, ¡así que tenía que dejar de pensar en eso! Encendí una lámpara con un fósforo para poder encontrar algo seco que ponerme. Cuando me quité el camisón noté que estaba cubierto de pequeñas manchas oscuras, semillas y polen del césped de Bahía que crecía hasta la altura de las rodillas en la parte posterior de la propiedad.
¿Cómo podía explicar esto? Mi reacción inmediata fue un sentimiento de histeria en incremento y entonces, de nuevo, lo suprimía. Me dije a mi misma que debía haberme levantado durante la noche para ir al baño y que seguramente había mojado mi camisón en las cubetas de agua que siempre teníamos a mano para llenar el tanque del inodoro (había insistido en que tuviéramos conveniencias sanitarias aun cuando hubiéramos de operarlas manualmente). Sin embargo, de alguna manera debía haber olvidado que hice todo esto. Ni siquiera traté de explicarme el hecho de que me había encontrado dentro de la cama en una posición invertida.
Esa era la explicación que me había dado a mí misma. No parecía tener mucho sentido porque nunca en mi vida, antes o hasta ese momento, me había levantado en el transcurso de la noche, sin ser capaz de recordarlo o sin tener consciencia de lo que estaba haciendo. Recuerdo haber puesto el camisón de dormir en la canasta en forma de una bola apretada para no tener que mirarlo nuevamente, y cuando finalmente lo lavé, lo hice a toda prisa, como si estuviera encubriendo algo; para borrar toda memoria del asunto.
Ahora, claro, esa explicación, considerando mi condición física y la logística de conseguir salir de la cama, simplemente no tenía sentido. Pero eso no me importaba. La había creado y aceptado. La parte que no podía explicar, simplemente la había barrido “debajo de la alfombra” y evitaba pensar en eso. Tenía que hacerlo ¿Qué otra salida tenía? Si incluso me acercaba al problema con pensamiento racional, no había explicación racional que fuera parte de mi visión del mundo y solamente me producía una sensación de pánico y algo parecido a lo que un ciervo debe sentir cuando se paraliza frente a las luces de un vehículo.
Me pregunto cuántas personas tienen experiencias parecidas que se “explican” a si mismas de maneras similares.
A partir de aquel momento, mi condición cardiaca comenzó a deteriorarse y empecé a sufrir de algo más que de “flujos inversos”, o fibrilaciones. Ahora tenía ataques de angina cada semana más o menos, involucrando ambos brazos, aunque en su mayoría se concentraba en el lado izquierdo. También recurrió una antigua dolencia, endometriosis, que se convirtió en una fuente de dolor casi constante (tuve que someterme a un examen de dilatación y raspado y a una laparoscopía que revelaron la presencia de un caso severo de adenomiosis).
Y además tenía dolores de cabeza, un dolor tan monstruoso que el mismo acto de respirar podía convertirse en una agonía. Nada podía aliviar ese dolor: ningún medicamento, ninguna terapia, ninguna solución. El dolor comenzaba de una manera inusual con una hinchazón de la cabeza en el hueso occipital, justo donde el cráneo sienta sobre el cuello. Algunas veces la hinchazón era del tamaño de una pelota de golf y desde allí el dolor irradiaba en agudas ondas pulsantes, hasta que me aprisionaba como un casco de acero que presionaba mi cabeza en forma tal que parecería que estaba a punto de reventar en pedazos; no podía imaginar un resultado diferente para tal agonía. La única manera de sobrellevar esto era permanecer totalmente inmóvil en medio de una absoluta oscuridad y respirar en la forma más lenta posible para minimizar todo movimiento. Esta situación se prolongaba por períodos de hasta una semana cada vez, en los que a duras penas podía intercalar cortos lapsos de sueño, hasta que finalmente caía en un sueño profundo como resultado del agotamiento de mantener mi cordura frente a este devastador tormento, para luego despertar al fin libre de dolor, aunque esperando con horror el siguiente inevitable ataque.
Como si todo esto no fuera suficiente, tenía constantemente infecciones de oído de tal magnitud que el lado afectado de mi cabeza se hinchaba hasta el punto en el que el oído se cerraba completamente, obstruyendo el flujo de líquidos que salían cada vez que el oído interno sufría una ruptura ¡provocando una oleada de dolor que, si hubiera sido capaz de ponerme en pie, me hubiera hecho caer de rodillas en súplica de misericordia!
Un hecho curioso acerca de estas rupturas regulares y crónicas de mi oído, es que no había señales de advertencia. No había ninguna agudización lenta de que algo estaba mal: sencillamente despertaba con un lado de mi cabeza hinchado, víctima de un fuerte dolor y en el curso de un día la situación degeneraba en crítica, ameritando una visita a la sala de emergencia del hospital.
No puedo evitar reír (¡si bien no es asunto de broma para aquéllos que hayan sufrido algo semejante!) cuando pienso en uno de los médicos que alguna vez sugirió tomar una muestra del fluido que salía de mi oído inflamado. Esa doctora se colocó a mi lado con un bastoncillo de algodón, con la intención de insertarla en mi resentido canal auditivo para pasarlo gentilmente. En el instante que la tocó, ¡la explosión de dolor se transmitió directamente a mi brazo y el golpe reflejo casi la avienta hasta el otro lado de la habitación! Entonces entendió que cuando yo decía mucho dolor, ¡no estaba bromeando! Y para aquéllos que piensen que soy una llorona, sólo quiero decir que ya por esta época había tenido cuatro niños, y que el parto de uno de ellos requirió de una separación de pelvis (tormento insoportable) y que nunca levanté la voz, lloré, o hice otra cosa más que gemir de manera discreta. En mi familia siempre se tuvo la costumbre de sobrellevar el dolor con dignidad y sin quejas. ¡A ninguno se le ocurriría agredir físicamente a un médico mientras estuviera atendiendo el problema!
Lo solucioné meditando aún más y paralelamente seguí con mis lecturas e interminables anotaciones. Aún no había renunciado completamente a mi empeño por subsumir mis emociones al Amor a Dios, así que meditar sobre ello era una actividad diaria, algunas veces más de una vez al día. La meditación, tomada en dosis adecuadas, junto con la “sintonización del instrumento de lectura”, ciertamente puede acelerar el “progreso” personal.
Para mí la meditación es un proceso doble. Posteriormente aprendí que algunos caminos se refieren a mi método como el de “la meditación con semilla”. El proceso realmente inicia como un ejercicio de contemplación o concentración sobre una idea o imagen. Pienso que es bastante estándar.
Mi práctica meditativa progresó rápidamente, como tuve oportunidad de descubrir posteriormente mediante el estudio de algunos textos avanzados. Claro está que en aquel entonces realmente no tenía ningún guía ni nunca había estudiado el método, aparte de leer acerca de los caminos de meditación en sí mismos.
Hay dos modos básicos de meditar: con semilla o sin semilla.
Es decir, tener algo sobre lo cual enfocarse, o intentar vaciar la mente por completo. Generalmente es más productivo meditar con semilla al inicio. Dependiendo del “tipo” de “semilla” será diferente. Si uno es una persona visual, mantener una imagen visual en la mente funciona. Si uno es una persona auditiva, mantener una frase y “escucharla” en la mente funciona. Si uno es cinestético, mantener un “sentimiento” o tratar de alcanzar ese sentimiento, funciona mejor.
Además, cuando empiezan a tener cierto éxito en calmar la “charla”, pueden experimentar cambiando la semilla o combinándola. Pueden tener una imagen visual y auditiva, o un sentimiento y una imagen visual, o audición y sentimiento, o todos a la vez.
Mi preferencia personal es una frase que también puedo “ver” como letras formando palabras que aparecen y se disuelven. Con ello consigo tanto “contenido mental” como una imagen visual y puedo fácilmente añadir “sentimiento” y sonido a voluntad. También puedo descartar elementos visuales, auditivos y sentimientos y simplemente concentrarme en el “contenido”.
Respirar es muy importante por varias razones. Muy lentamente, la respiración controlada con conteo para iniciar el proceso funciona muy efectivamente; inhalando por la nariz y exhalando por la boca. Una vez que la respiración (que se cuenta para ser regulada) se vuelve profunda, lenta y regular, entonces se introduce la frase, imagen visual, o lo que sea que se haya seleccionado como “semilla”. La respiración debe continuar como ha sido establecida.
Al principio, el objetivo es establecer varias tareas para que la mente se enfoque con intención y mantener ese enfoque por tanto tiempo como sea posible. Si la mente divaga y otros pensamientos intervienen, tan pronto como se hayan dado cuenta de que han perdido el enfoque, simplemente vuelvan a enfocar la mente y no se irriten por haber “perdido la concentración”. La mayoría de la gente no puede enfocarse en una sola cosa por más de dos o tres minutos. Por ello es útil comenzar por concentrarse en la respiración y contar las respiraciones con la intención de establecer una profundidad y frecuencia específicas. Si inhalan contando hasta seis, mantienen la respiración por una cuenta de tres, exhalan por una cuenta de nueve, y hacen esto por al menos veinticinco respiraciones seguidas, ya han alcanzado un primer paso respetable.
Otra técnica muy útil es encontrar un poema o una cita más o menos extensa para ser usada como su modelo de respiración y “contenido”. Por ejemplo, el llamado “Padre Nuestro” es muy útil de este modo.
Recite en su mente “Padre Nuestro que Estás en los Cielos” mientras toma aire y mantiene en mente que el “Reino de los Cielos”, el “Padre Celestial” es el intelecto superior. “Santificado Sea Tu Nombre” al exhalar, mientras mantiene en mente que ésta es la parte de usted que es santa y que desea manifestar a través de su ser. “Vénganos tu Reino, Hágase Tu Voluntad” al inhalar, mientras considera el hecho de que desea establecer un vínculo con su ser superior, el yo verdadero. “Así en la Tierra como en el Cielo”, al exhalar, contemplando el hecho de que una vez que el yo inferior sea equilibrado e integrado, entonces la voluntad del espíritu, el “Reino de los Cielos” puede ser traído a su vida. No es necesario hacer la oración entera, lo de arriba es semilla suficiente. Pero si quiere hacerla toda, creo que entiende la idea. Puede visualizar las palabras, considerar el contenido, “sentirlas”, mientras que las palabras mismas actúan como el “contador” para la respiración.
Algunas personas pueden lograr muy buenos resultados con una semilla muy simple; otras requieren mayor complejidad. Una vez más, el punto es tener algo sobre lo cual se puedan enfocar y mantener ese enfoque intencionalmente. Es más o menos un ejercicio de la Voluntad y el Intento, haciendo crecer una especie de “músculo psíquico”. Pueden llegar a sorprenderse ante la tenacidad de la charla y su resistencia ante este enfoque sobre un sólo punto.
No obstante y como resultado de esta actividad, luego de algunos meses de práctica me encontré a mi misma constantemente en un estado de “evagación” por periodos de hasta tres horas seguidas para luego volver al estado de consciencia normal, con una sensación de que el tiempo no había pasado. El único problema era que parecía incapaz de recordar nada. No tenía idea de lo que había sucedido, hacia qué sitios se había desplazado mi mente, o qué había estado haciendo mi consciencia. Sí podía notar que me sentía más en paz y en mejor disposición de lidiar con las dificultades de mi vida, pero no dejaba de ser frustrante el no poder obtener algo más “concreto” como resultado de todo este esfuerzo. Los Casiopeos recientemente comentaron acerca de esta “evagación”:
5-08-2009
P: (L) ¿Qué es este fenómeno?
R: Vean la respuesta anterior [Los humanos deberían recordar que la máxima hermética puede funcionar en ambas direcciones en algunos casos. Aquéllos que están destinados a “encontrarse” consigo mismos en el futuro pueden hacerlo ahora con mayor facilidad debido a estos esfuerzos. En una ocasión dijimos que “ustedes en el futuro” podían “reescribir” programas cósmicos… esto se aplica también a los demás. Ahora están aprendiendo el lenguaje de programación.] y considérenlo como pasar “tiempo” con el yo superior/maestro en lugar de desperdiciar la capacidad de disociar en ilusiones fútiles. También recuerden que el “tiempo” invertido en este proceso utiliza esta “capacidad del alma” como era la intención originalmente. El alma debe pagar un alto precio por ser encarnada.
Esto me recuerda a algo de Gurdgieff:
El único camino justo hacia la conciencia objetiva es a través del desarrollo de la conciencia de sí. Si a un hombre ordinario se le lleva artificialmente a un estado de conciencia objetiva y se le vuelve luego a su estado habitual, no recordará nada y pensará simplemente que por un lapso de tiempo había perdido el conocimiento. Pero en el estado de conciencia de sí un hombre puede tener chispazos de conciencia objetiva y recordarlos.
Si pudiésemos conectar deliberadamente y a voluntad los centros de nuestra conciencia ordinaria con el centro intelectual superior, no nos sería de utilidad alguna en nuestro estado actual. En la mayoría de los casos, en el momento de un contacto accidental con el centro intelectual superior, el hombre pierde el conocimiento. La inteligencia se desborda con el torrente de pensamientos, emociones, imágenes y visiones que súbitamente irrumpen en ella. Y en lugar de un pensamiento vivo o una emoción viva, resulta por el contrario un quedarse completamente en blanco, un estado de inconsciencia. La memoria recuerda sólo el primer momento, cuando la mente está como sumergida, y el último momento, cuando se retira el flujo y el conocimiento regresa. Pero aun estos momentos son tan ricos en colores de mil matices que entre las sensaciones ordinarias de la vida no hay nada con qué compararlos.
Generalmente esto es todo lo que queda de las así llamadas experiencias místicas o extáticas que resultan de un contacto momentáneo con un centro superior. Muy rara vez sucede que una mente, por bien preparada que esté, llegue a aprehender y a guardar el recuerdo de algo de lo que fue sentido y comprendido en el momento del éxtasis. Sin embargo, aun en tales casos, los centros intelectual, emocional y motor recuerdan y transmiten todo a su propia manera, es decir traducen sensaciones completamente nuevas, nunca antes experimentadas, al lenguaje de las sensaciones cotidianas; reducen a las formas del mundo tridimensional, cosas que sobrepasan completamente nuestras medidas ordinarias. De esta manera, desnaturalizan hasta los menores vestigios de lo que podría subsistir en su memoria de estas experiencias inusitadas. Al transmitir las impresiones de los centros superiores, nuestros centros ordinarios pueden compararse a ciegos hablando de colores, o a sordos hablando de música.
La presencia de estos centros superiores en nosotros es análoga a la de los tesoros escondidos que han buscado desde los tiempos más remotos los hombres que persiguen lo misterioso y lo milagroso; pero es un enigma mucho más grande.
Todas las enseñanzas místicas y ocultas reconocen en el hombre la existencia de fuerzas y capacidades superiores — aunque en muchos casos, sólo en forma de posibilidades — y hablan de la necesidad de desarrollar las fuerzas escondidas en el hombre. La presente enseñanza difiere de muchas otras por el hedió de que afirma la existencia en el hombre de centros superiores ya plenamente desarrollados.
Son los centros inferiores los que no están desarrollados. Y es precisamente esta falta de desarrollo de los centros inferiores, o su incompleto funcionamiento, lo que nos impide usar el trabajo de los centros superiores. [Ouspensky, Fragmentos de una enseñanza desconocida]
Por razones prácticas solía meditar mientras me encontrada acostada sobre la cama. Algunas personas no pueden hacerlo porque tienden a quedarse dormidas, pero eso nunca fue un problema en mi caso. Podía estar en un estado de “evagación” mientras meditaba, “regresar” algún tiempo después, y luego dormir si lo hacía de noche. Por lo general estaba incómoda en cualquier postura que adoptara, así que conseguir algo de sueño era algo problemático si no meditaba primero.
Una noche, luego de un día particularmente extenuante como resultado de la lucha constante por sobrellevar mi situación (realmente no puedo recordar claramente el motivo por el que me sentía tan profundamente infeliz en ese momento, posiblemente una combinación del dolor constante, la presión de llegar a fin de mes, un estado de ansiedad por el bienestar y el futuro de los niños, y el sentimiento de estar completamente sola en mi matrimonio), pero ya era costumbre utilizar todos los sinsabores e infelicidad acumuladas a manera de combustible para echar a andar el proceso meditativo. El ser capaz de alcanzar una sensación de amor y paz en medio de tantas dificultades era parte del reto y el propósito.
Estando ya en la cama esperé a que mi ex esposo se durmiera. Su actitud general respecto a la dirección que tomaban mis intereses era, en apariencia, tolerante, pero siempre encontraba la forma de decir o hacer algo que saboteara mis esfuerzos si se daba cuenta de lo que yo estaba haciendo. Si pensaba que necesitaba un poco de silencio para la meditación, se las arreglaba para de repente “tener” que hacer algún tipo de ruido o interrupción, por el cual se disculparía profusamente, para luego volver a hacerlo una y otra vez.
Una vez que se dormía, comenzaba con mis ejercicios de respiración. Esta parte del proceso la había tomado prestada de mi capacitación como hipnoterapeuta. Era extremadamente útil. Después me enteraría que la terapia de hipnosis a su vez la había tomado prestada de ciertos sistemas de meditación más antiguos.[3]
En ese momento no sé qué sucedió. Todo lo que puedo recordar es haber comenzado la fase de respiración previa a la etapa contemplativa del ejercicio. Pero lo que sucedió pareció ser un cierto tipo de gran “salto” o algo así.
Lo siguiente que recuerdo fue ser tironeada de vuelta al estado consciente con una sensación que sólo puedo describir como una “exacerbada turbulencia” en la región abdominal. Fue tan poderosa que en primera instancia parecía físico, como si tuviera una agitación de hervores en mis órganos internos que derivaría en una especie de erupción. Podía sentir claramente que se incrementaba en intensidad y que en cualquier momento viajaría en dirección ascendente, y tenía miedo de que algo extraño fuera a sucederle a mi cuerpo del que no tuviera conocimiento. Sabía que tenía que salir de la cama y correr antes de que “eso” sucediera, si bien no tenía idea de qué era exactamente “eso”.
Me sujetaba la garganta desesperadamente porque podía sentir cómo se estrechaban los músculos internos de ésta área, mientras una onda de energía tras otra estallaba como los precursores de una explosión de vapor de un volcán antes de hacer erupción. Salí de la cama como pude, apoyándome en la pared con una mano mientras que con la otra agarraba mi garganta y apretaba fuertemente los dientes en un intento por contener cualquier cosa que estuviera luchando por salir y evitar perturbar el sueño de mi ex esposo y de los niños. ¡Sospechaba que iba a vomitar de manera violenta!
Corrí hasta el pórtico en donde teníamos un sofá de jardín y me desplomé sobre este justo antes de que comenzara la “efusión”.
Quisiera tener mejores palabras para describir esto, pero simplemente no hay otras más acertadas aparte de las descripciones ordinarias que no se acercan en esencia ni intensidad a lo que en verdad ocurría. Lo que salió de mí fue una serie entrecortada de sollozos y gemidos que eran absolutamente primigenios y que provenían de algún sitio recóndito de mi alma que desafía cualquier intento de explicación.
Acompañando a estos gemidos, o más exactamente, incrustados dentro de ellos, surgían imágenes, visiones, escenas completas con su carga de contenido emocional e implicaciones de contexto específico, todo transmitido en un instante. Era como la idea de tu “vida pasando frente a tus ojos “, sólo que en este caso no se trataba de sucesos de la vida presente. Era una vida tras otra. Sabía que yo estaba en cada una de las escenas, que las escenas que estaba contemplando eran viñetas de otras vidas, y que me experimentaba a mí misma como toda esa gente.
¡Y las lágrimas! ¡Dios mío! No tenía idea de que la fisiología humana fuera capaz de producir tales cantidades de líquido de manera tan rápida. ¿De dónde provenía todo ese líquido?
Ahora, si esto sólo hubiera sido una hora de llanto intenso, o algo así, quizás sólo hubiera pasado a la historia como “una de esas cosas”, tal vez como síndrome premenstrual. ¡Pero esta actividad tenía vida propia! ¡Se prolongó sin desacelerar ni detenerse por más de 5 horas!
Yo no tenía ningún control sobre el asunto. Si trataba de aminorar la intensidad, detener del todo el proceso o sintonizar mi mente en otra dirección, la sensación interna de una inminente y explosiva erupción rápidamente me atenazaba de nuevo, haciendo que todos los músculos de mi cuerpo se tensaran hasta que de nuevo perdía control. Tan sólo podía quedarme sentada como una especie de “instrumento de duelo y lamentaciones”, y literalmente exprimir mi corazón en lágrimas por todos los horrores de la historia en los que aparentemente participé o de los que posiblemente había sido testigo. Creo que en algunos casos simplemente era consciente de los eventos sin haber tenido ninguna participación directa. Y algunas otras eran escenas verdaderamente horribles.
Plaga, pestilencia, muerte y destrucción. Escena tras escena. Seres queridos apareciendo en un momento y al siguiente aplastados o en cúmulos sangrientos. Rapacidad, pillaje, saqueo, ríos de sangre, matanzas, carnicerías despiadadas en todas sus manifestaciones desfilaban frente a mis ojos; holocaustos e infiernos.
Ira y rabia ardiente, sed de sangre y furia, asesinato y locura, todo a mi alrededor, donde quiera que mirara. Maldades amontonándose encima de más maldades cual pila de cuerpos desmembrados. Y el duelo de siglos, las lágrimas contenidas por milenios, la culpa, remordimiento y penitencia, fluyendo a través de mí; derritiendo y disolviendo la pesada coraza que envolvía a mi corazón petrificado; mis lágrimas lavando los dolores acumulados: un verdadero océano de lágrimas.
A la vez que se daba toda esta liberación de mundos de culpa y dolor acumulados a lo largo de muchas vidas, había una “voz” en el fondo que me reconfortaba y calmaba, entonando una y otra vez lo mismo: “No es tu culpa. No se te hace responsable. No es tu culpa. No sabías”. Y entonces llegué a comprender algo muy profundo. Comprendí que el “pecado original” no existe. Comprendí que el cúmulo de horrores y sufrimientos que la humanidad ha experimentado en el transcurso de la vida sobre la Tierra, no es el resultado de alguna clase de “falla”, “error” o aberración. No se trata de un castigo ni tampoco de una situación de la cual uno pueda ser “salvado”: entendí que cada escena de sufrimiento y de despiadada crueldad era el resultado de la ignorancia.
Es más fácil comprender esta idea cuando uno piensa en algo como las Cruzadas o la Inquisición. Es posible seguir la secuencia de motivos distorsionados que llevaba desde la idea del Amor a Dios hasta la necesidad de imponer a los demás este Amor a Dios “por su propio bien” e inclusive ver cómo, llevado al extremo, este razonamiento puede desembocar en torturas y asesinatos totalmente justificables en la mente de una persona que ama verdaderamente. Olvidemos por un momento a aquellos psicópatas que han echado mano de tales filosofías y las han empleado de manera despiadada para su propio beneficio o para tejer toda clase de tramas políticas.[4] Pensemos un momento en la sinceridad de los seguidores de tales filosofías. Este seguimiento de la maldad disfrazada de bondad se basaba en la ignorancia. Yendo aún más allá, aquellos que aparentaban ir en pos de ganancia y auto-engrandecimiento actuaban por ignorancia: miedo y hambre del alma que no se puede satisfacer. Es sólo una cuestión de grados, pero a fin de cuentas, es sólo ignorancia.
Cuando el flujo de energía, imágenes y lágrimas finalmente cedieron, fui embargada por una sensación tibia y balsámica que, casi podría decir, flotaba en el ambiente y tan dulce que hasta este día, puedo recordar como avivaba la llama del amor por toda la creación. Fue una sensación extática, envolvente y eufórica, todo al mismo tiempo. Estaba perdida en la admiración, asombrada y a la vez desconcertada debido a esta visión del mundo.
Los Casiopeos también hicieron comentarios sobre esta meditación:
20-06-09
P: (L) Bueno pues. ¿Hay algo más que podamos hacer?
R: Tal vez si pudieras compartir la técnica que utilizaste para lograr la limpieza emocional, mucha gente se beneficiaría incluyendo las dos personas en cuestión.
P: (L) ¿Qué técnica es esa?
R: ¡¿Recuerdas la noche entera de lágrimas purificadoras?!
P: (L) Sí. Bueno, esa fue sólo una técnica de meditación que desarrollé. Respiraba de cierto modo y repetía ciertas cosas en mi mente mientras respiraba, y lo hacía cada noche. Cosas extrañas comenzaron a ocurrir.
R: ¡Extrañas, en efecto! Instintivamente te topaste con un antiguo método que no tiene rival en su eficacia. ¿Entonces por qué no compartir?
P: (Joe) ¡Suelta la lengua, Laura! (L) Vaya, nunca pensé que fuera nada particularmente especial; ¡sólo que funcionó para mí! O sea, ¿cómo se compara algo como eso con este Arte de Vivir Kriya [un popular programa de respiración de la India]?
R: ¡AdV es para principiantes y robots!
P: (Risas) (L) ¿Entonces por qué estaban tan entusiasmados cuando C*** propuso enseñarnos? Quiero decir, les preguntó si debía enseñarnos, ¡y ustedes dijeron que sí con siete signos de exclamación!
R: Los pusimos a practicar y provocamos reflexiones, ¡¿no es así?!
P: (L) Entonces el punto no era que este método fuera “el mejor” ni el único ni tan maravilloso. Era para llamar nuestra atención sobre la idea de la respiración, o el control de la respiración, como un modo de llevar a cabo la curación emocional. ¿Es así?
R: ¡Absolutamente!X7
P: (Risas) (L) Para abreviar. Hmm…
R: Recuerda que tu método empleó una poderosa “semilla”.
P: (DD) ¿Semilla? (L) Sí, es una referencia para meditar con o sin semilla. (Joe) ¿Qué era la semilla? (L) Frases que utilizaba en mi mente. (Allen) ¿Significaban estas frases algo particular para ti, algo a lo que cada cual debe llegar por si mismos? (L) Bueno, no sé, ¿eran esas frases particulares para mí?
R: ¡Eran súper poderosas!
P: (C) ¿Eran algo así como oraciones? (L) Sí, y es curioso porque comencé usando el Padre Nuestro. Luego decidí que no me dejaba satisfecha porque la oración no era lo suficientemente abierta. Tenía asociaciones con asuntos religiosos específicos, así que la reescribí. Voy a tener que… Era algo así como… (DD) ¿Utilizaste esas palabras como guía? (L) Sí. (Joe) Yo solía rezar un Padre Nuestro modificado. En la noche, como un mantra, solía repetirlo una y otra vez… (L) ¿Lo hacías en conjunción con la respiración? (Joe) No conscientemente. (L) Sí, bueno, verás, yo sí. Era una respiración controlada de forma muy deliberada. Lo hice cada noche por meses. (DD) ¿Cómo respirabas? (L) De modo muy similar a lo que C*** enseña, lo que llaman la Respiración de la Victoria. (Joe) ¿Era tanto inhalar como exhalar por la nariz? (L) Inhalar por la nariz, exhalar por la boca. (Joe) Porque durante el curso pensé que la Respiración de la Victoria era extraña porque siempre se efectuaba por la nariz. (A**) Sí, eso es lo que falta. (L) Sí, lo hice inhalando por la nariz, exhalando por la boca. Era inhalando y contar, mantener y contar, exhalar y contar. Y era muy controlada… era muy similar a lo que llaman la respiración Ujjai, o Respiración de la Victoria. Me resultó más o menos familiar, porque la había practicado por años. (C) Y mientras la hacías, decías… (L) Repetía estas frases, y cada frase estaba formulada de modo tal que se correspondía exactamente a la duración de cada inhalación o exhalación. De modo que para la primera frase, inhalaba, y exhalaba para la segunda frase, etc. Y mi objetivo era hacerlo veinte veces. No creo jamás haber llegado a hacerlo veinte, porque llegaba hasta diez o doce, y luego soltaba el cuerpo o algo así, me desconectaba. Y luego de hacerlo un cierto número de veces, tuve esta… No sé, volví en mí misma con esta… No sé si llamarla experiencia kundalini o no, pero sentí que ocurrió una tremenda limpia que duró horas y horas. Ya lo he descrito antes. Algo ocurrió. Pero en fin, esa es la historia. De modo que encontré que fue muy efectiva. No sé qué preguntar ahora. (Joe) ¿Es la idea lo que acabas de describir?
R: Sí y otra excelente técnica pero para otros propósitos es lo que llamas “respiración de poder”.
P: (L) Ah, mi Respiración de Poder. (C) ¿Qué es eso? (L) Para mi sólo significa cargarse de energía. El ritmo acelerado en la caminadora acompañado por una tipo muy particular de respiración. Aquella no se hace con la cabeza, sino que va dirigida al cuerpo. La otra sería algo así como intelecto y corazón, y la Respiración de Poder es como el centro motor y el corazón… Dejas que el movimiento del cuerpo te lleve a donde necesite ir.
R: ¿Recuerdas lo que hizo la técnica?
P: (L) ¡Oh sí! (Joe) ¿Qué hizo? ¿Volaste? ¿Súper poderes? (A**) Eso fue lo de la vida pasada, ¿cierto? (L) Sí, tuve una memoria de una vida pasada en el gimnasio. (Joe) ¿Dónde, aquí? (L) No, en Florida. Cielos… Pero supongo que si la gente lo hace, necesitan tener a alguien ahí. ¿Existen entonces algunos modos de conectar con estas cuestiones emocionales de las que hablan y que son más o menos diferentes del Arte de Vivir?
R: Sí y probablemente más efectivo si se practica con fe. AdV es como la “Coca Dietética” de las técnicas de respiración… Sólo una caloría.
La oración que utilicé se llama “La Oración del Alma”, y es como sigue:
Oh Divina Mente Cósmica
Consciencia Sagrada en Toda la Creación
Presente en el corazón
Soberana de la mente
Salvadora del Alma
Vive en mí hoy
Sé mi pan de cada día
Así como doy pan a los demás
Ayúdame a crecer en conocimiento
de Toda la Creación
Aclara mis ojos
Para que vea
Despeja mis oídos
Para que oiga
Purifica mi corazón
Para que conozca y ame
lo Sagrado de la Verdadera Existencia
Divina Mente Cósmica
Bueno, el resultado de este evento fue un estado de “elevación” prolongada y “paz amorosa” que perduró muchísimo tiempo. Incluso se podría decir que los efectos reverberan hasta el momento presente porque nunca más he podido enjuiciar a los demás, sin importar qué tan malvados eran sus actos. Pude entender que todo aquello que llamamos “el Mal” o “Maldad” es una manifestación de la ignorancia y que no existe ninguna persona, sin importar qué tan santo o elevado sea su concepto de sí mismo, que no haya incurrido en un acto de derramamiento de sangre de otro ser en algún momento dado o lugar. La renuencia original de asumir la responsabilidad por parte de Caín, manifestada a través de su exclamación “¿Acaso soy el guardián de mi hermano?” recae encima de todos nosotros por igual.
Pero había otro punto significativo. La Ignorancia es una elección, y es una elección hecha con un propósito: para aprender y crecer.
Y esa comprensión me llevó a otra: aprender realmente a escoger; poder aprender, en este nivel de la realidad, qué es y qué no es ignorancia; qué es la verdad, la belleza, el amor y la transparencia. Claro, pude comprender que era como las palabras de Jesús en el sentido de que algunas cosas son brillantes y relucientes por fuera, pero por dentro están sucias y llenas de podredumbre. Y no quiero decir que estaba viendo esta negatividad como algo que debía ser juzgado (claramente entendí su razón de ser y su lugar en el esquema de todas las cosas como etapas dentro del ciclo de aprendizaje) pero fui inspirada a tratar de aprender cuanto fuera posible acerca de este mundo para poder manifestar de la mejor manera todo lo que comprendía la luz
Estaba tan emocionada por esta “revelación” que quería regresar directamente a la iglesia para contárselo a todo el mundo. En esa época, las únicas personas con las que teníamos alguna relación eran los miembros de la iglesia a la que asistíamos. Solían visitarnos de vez en cuando para averiguar la razón por la que “abandonamos” la congregación, y estas visitas me daban la oportunidad de hablar acerca de mi “expansión” en términos de mis propias experiencias espirituales. En todos y cada uno de los casos recibía severas reprimendas por haberme dejado engañar por Satanás. ¡Vaya si era ingenua entonces!
Reflexioné mucho sobre ello. Me preguntaba si todo el drama de las visiones y las acciones del ministro que había sido un lobo en piel de oveja no podrían haber sido otra cosa que una dramatización orquestada con la finalidad de engañarme. El dilema me tenía realmente en ascuas. Por un lado, si ellos tenían razón y en verdad había sido engañada, podría ser que mi alma se encontrara en peligro. Pero si acaso estaban equivocados y yo tenía razón, ¿qué podía decirse de toda la institución del Cristianismo organizado? Si ellos estaban equivocados, si fuera posible que estuviesen equivocados acerca de algo tan fundamental, ¿cómo esperar que fuera correcto todo lo que había sido erigido encima de este error fundamental?
Esto me angustiaba, si bien estaba lista para “ajustar” mi postura cristiana, no estaba lista para tirar todo por la borda. Quiero decir, después de todo, luego de tantos años de investigación y estudio, todo lo acumulado en este proceso tenía una presencia distintiva en mi fuero interno. Cuando adopté la posición de cuestionar la existencia misma de un Dios, eso ya era algo diferente: allí estaba formulando una pregunta. Pero al decidir que el Cristianismo simplemente estaba errado, fundamentalmente errado en virtud de que no había pecado original del que era menester ser salvado, ni habría tampoco necesidad de un salvador, entonces ello era algo totalmente diferente. Implicaba hacer una elección.
Fue un asunto que me tomó años en resolver. Así que lo dejaremos. Lo que sí es importante es que nunca más pude contemplar el asunto del pecado desde el mismo punto de vista. Cuando leía acerca de asesinatos y hechos de sangre totalmente desquiciados, sabía que se trataba de cosas en las que había participado en tiempos pasados, debido a mi ignorancia.
Cuando alguna persona hacía algo que me lastimaba, sabía que yo misma había hecho cosas similares. Ya no podía sentir ningún juicio ni criticar ningún acto o persona porque sabía que, en algún lugar y tiempo, era a mí misma a quien estaba juzgando. Había sido un proceso de aprendizaje y crecí con cada experiencia. Aprendí las cosas que NO debía hacer, haciéndolas. Y en un sentido muy real, esta es la razón de ser del dolor y del sufrimiento. Es como un sistema de dirección automática que le mantiene a uno sobre la ruta del aprendizaje. Pero el truco consiste en ser capaz de discernir la diferencia que hay entre la ruta que resulta físicamente más confortable pero que luego desemboca en grandes padecimientos psíquicos y del alma, y la ruta que puede resultar temporalmente más incómoda pero que finalmente lleva a la paz del corazón.
Supongo que podría decirse que en cierto sentido había completado en buena parte el objetivo del “camino del amor”, pero no era así de simple. Aún era un ser humano ordinario tratando de funcionar en el “mundo real”, con hijos y problemas reales con los cuales lidiar y un cierto tipo de equilibrio que tenía que ser alcanzado, entre el saber que todos se encuentran en diferentes etapas de aprendizaje y el evitar ser parte de su lección. Eso fue algo que requirió de cierto tiempo; de no haber tenido niños, seguramente hubiera optado por retirarme del mundo para pasar el resto de mi vida en afanes de contemplación, estudio y repetición de ejercicios extáticos. Pero no podía. Tenía responsabilidades. Estaba en el mundo, y era mi salón de clases.
Lo que de hecho sucedió en el “mundo real” de cuestión práctica en esos momentos, fue una serie de acontecimientos que podrían considerarse más o menos ordinarios, pero que a la luz de la cadena de eventos previos y en conjunción con mi estado de actividades internas, podrían más bien verse imbuidos de un cierto carácter “milagroso”. Incluso podríamos decir que fueron un reflejo directo del giro de mi perspectiva.
Súbitamente mi ex esposo recibió una oferta para un trabajo más agradable. Esto vino como resultado de que la persona que le hizo la oferta requería de ayuda para manejar su negocio a raíz de haber tomado la “súbita” decisión de expandirse y de este modo encontró que no podía arreglárselas con todo. Había pensado específicamente en mi ex esposo y se había dado a la tarea de averiguar su paradero para luego conducir su auto hasta lo recóndito de nuestra residencia y poder hacer su oferta. En esos momentos, no había relacionado estos eventos externos directamente con el “cambio” de mi estado interno, pero ciertamente estaba agradecida. Entonces, las principales preocupaciones para sobrevivir de un día al otro estaban resueltas.
Posteriormente un amigo dueño de un negocio que incluía una flotilla de camiones, decidió que era tiempo de conseguir vehículos nuevos, posiblemente para poder deducir el costo de sus impuestos, así que ofreció vendernos uno con muy pocos kilómetros por menos de una quinta parte de su valor de mercado.
Expandimos nuestra cabaña, doblando nuestro espacio habitable, instalamos electricidad y cañerías y básicamente, regresamos al “mundo real”. Claro que para esa época, ya me había visto obligada a vender mi piano y todas las joyas que me habían dado mis familiares y amigos a lo largo de los años. De no haberlo hecho, en ocasiones no hubiéramos tenido qué comer o los niños no habrían tenido Navidad.
Regresé a mi trabajo de hipnoterapeuta que había abandonado durante mi “viaje de la fe”, y comencé a aprender las técnicas de Liberación de Espíritus.
Fue en ese momento que mi madre “despertó” de su “hechizo” y se dio cuenta de lo reprochable de su comportamiento. Era ya muy tarde para rescatar el negocio o la propiedad que había sido vendida para mantener feliz a su “amigo”, pero sí me devolvió el título de propiedad de la casa que había heredado de mis abuelos y de la cual nos había desalojado algunos años atrás cuando murió mi abuela. Mientras tanto, la había hipotecado seriamente, así que no creo que sus motivos fueran del todo desinteresados, porque lo único que ya podía hacer era venderla. Pero pude utilizar los fondos que quedaron luego de que fuera cancelada la hipoteca para comprar una casa lo suficientemente grande como para acomodar a nuestra creciente familia. Sin embargo, nada de esto es relevante, así que lo dejaremos aquí.
Pero antes de mudarnos sucedió algo más. Aproximadamente tres años después del nacimiento de mi cuarto hijo, una vieja amiga mía que había estado observando los eventos de mi vida detrás de bambalinas sin emitir juicios ni comentarios, decidió que yo tenía que tomarme un respiro alejándome por un tiempo de todas mis preocupaciones. Nunca había estado separada de mis hijos más que unos cuantos días, generalmente durante mis estadías en el hospital, y la idea me hacía sentir un poco incómoda, pero las “vacaciones” que se me proponían eran en este caso particular verdaderamente difíciles de rechazar.
Mi amiga y su esposo tenían una casa de veraneo en Carolina del Norte, y por mucho tiempo habíamos estado siguiendo el trabajo de Al Miner quien canaliza las comunicaciones de una entidad que se llama a sí misma “Lama Sing”. Iba a tener lugar una reunión con la gente interesada en este trabajo en Maggie Valley, organizada por un médico y su esposa, ambos amigos cercanos de Al. Habría charlas, meditación en grupo, cenas y cosas por el estilo. No solamente sonaba como algo divertido, sino también como una ocasión para descubrir “algo” nuevo, si bien no tenía idea de qué podría ser. Decidí asistir.
En el “simposium”, todo transcurría de la manera en que podría esperarse de un evento de ese tipo. Gente que aseguraba poder ver las auras, o que deambulaba con expresiones extáticas en sus rostros mientras sentenciaba cuán maravilloso era el “nivel de energía presente”, y las charlas eran a la vez apasionadas e interesantes. Luego, la esposa del médico que patrocinaba el evento y quien era, según creo, una psicoterapeuta o consejera de algún tipo, dio una charla acerca de la cantidad considerable de personas que habían comenzado a manifestar “memorias de reencarnaciones” de los eventos del Holocausto. Esto tuvo un efecto bastante inusual en mí, sumiéndome en un ataque de llanto incontrolable. Tuve que dejar el recinto para refugiarme en uno de los cubículos del tocador de damas hasta que esta charla en particular terminara. Realmente pensé que estaba perdiendo el control de mí misma porque anteriormente no había cosa alguna que me afectara de tal forma en público. Cielos, no solamente no soy de las personas que desnudan su corazón en presencia de los demás; ¡ni siquiera me gusta bailar en público porque siempre he sentido que eso rebaja mi dignidad!
Luego, en el último día del simposium me sobrevino el dolor de cabeza. Cuando mi amiga salió para ir a una de las meditaciones en grupo, me quedé sola en la penumbra de la habitación del motel con toallas húmedas y hielo en la cabeza tratando de reducir la hinchazón. Por fortuna, ya para cuando al día siguiente nos habíamos reunido a compartir un desayuno de despedida, el dolor se había aplacado lo suficiente como para que pudiera hacer las maletas y en general funcionar de una manera normal.
Durante el desayuno, una de las damas que estaba sentada en nuestra mesa comentó de manera casual cuan hermoso era el vestido que yo había llevado a la meditación del día anterior. La miré sorprendida y le dije que yo no había asistido ya que me encontraba enferma. Ella fijó sus ojos en mí y dijo: “¡Pero si yo la vi claramente y NO la estoy confundiendo!”
Mi amiga le aseguró que había estado en cama, así que nos miramos una a la otra, después de un silencio incómodo, la conversación comenzó de nuevo. Pero estaba muy confundida.
En el curso del simposio habíamos conocido a dos damas entradas en años pero muy vivaces, graciosas y amenas y resultaba muy agradable conversar con ellas. Una de ellas había tenido cierto entrenamiento formal en técnicas de hipnosis y de meditación avanzada, y mi amiga y yo discutimos acerca de la posibilidad de invitarlas a la casa de veraneo, donde planeábamos pasar unos cuantos días más antes de emprender el regreso a casa. A ellas les pareció divertido hacer pequeñas excursiones en una de las “minas” públicas del lugar para recolectar rocas y en general, una reunión de mujeres.
Después de conducir todo el día por las montañas, llegamos a la casa, la cual se encontraba bastante aislada al final de un viejo camino maderero al borde de un Bosque Nacional. Era completamente pacífico, encantador e ideal para nuestras meditaciones “experimentales”.
Nuestra nueva amiga (la llamaremos “June”) iba a dirigir una meditación acompañada de “tonos” musicales en una cinta. Todas encontramos un sitio confortable y comenzamos a escuchar sus instrucciones. Recuerdo haber seguido los ejercicios de respiración y haberme “sintonizado” con los sonidos de la música, pero a partir de ese punto, parecía que mi consciencia interna tenía sus propios planes.
Sentí que me elevaba fuera de mi cuerpo y “¡fiiiuuú!”, de pronto estaba como “flotando” enfrente de una pared rocosa de una montaña alta. Pero había un tipo de “grieta” o hendidura. Sabía que pocas personas podían pasar por esta abertura tan angosta, e intentarlo sin ser “una de esas personas que pueden hacerlo”, resultaría en una especie de “choque” emocional, pero decidí intentarlo. Simplemente me enfoqué visualmente en la meta con una especie de resolución volitiva y enseguida me encontré emergiendo al otro lado, al borde de un hermoso valle.
Había prados de pasto y flores silvestres de increíble luminiscencia y “vivacidad”. El pasto se mecía con la caricia de la brisa, según me parecía, a pesar de que esta brisa era más bien una especie de caricia “consciente” sobre el pasto y au vaivén era como un respuesta “consciente” a la caricia, a la manera del ronroneo de un gato.
Me encontré a mí misma dentro de una especie de cuerpo, y comencé a caminar a través del pasto; este “acogía” mis pasos, acariciando mis pies y mis piernas mientras me fusionaba cada vez más con él a cada paso que daba. Parecía como si la hierba se moviera junto a mí, más que yo caminando a través de ella. Había una tienda a rayas a cierta distancia, con banderolas en los extremos de unos postes ondeando al soplo de la brisa “conscientemente acariciante”, pero se encontraba al otro lado de un pequeño río. Sabía que esta tienda era el lugar al que me dirigía, si bien no había una sensación de “tener que ir”. Sentí curiosidad por saber cuál sería la sensación al meter mis pies en el agua del río.
Miré el agua cristalina y centelleaba con el “resplandor del sol”, a pesar de no poder vislumbrar ningún sol en el cielo. Podría decirse que los reflejos de esa luz danzarina en el agua eran una especie de interacción “consciente” entre ese ambiente, la luz intensa y el agua en sí.
Entré en el agua, notando que mis pies estaban descalzos y mi cuerpo vestido con una especie de túnica interior de color blanco cubierta por otra túnica de rayas que tuve que levantar para evitar que se mojara. Me sorprendió sentir la corriente moverse rápidamente, dejándome aún la sensación de “fundirse” con mis pies. ¡La sensación sólo puede describirse como “deliciosa” para mis pies!
Las brillantes piedras del río que parecían joyas me fascinaron. Eran suaves y destellaban constantemente con el movimiento del agua fluyendo por encima. Crucé el río consciente de que era una experiencia muy intensa que debía encerrar algún significado profundo. Una vez llegada a la otra orilla, era feliz por haber “pasado” esta especie de prueba y triste de que la experiencia hubiese terminado.
Me acerqué a la tienda y había dos hombres sentados bajo una especie de toldo exterior a la manera de un pórtico, sobre una alfombra extendida sobre la hierba. También vestían como yo. La tienda tenía rayas estampadas con el mismo patrón de nuestras “túnicas externas”, y los colores de estas rayas eran el rojo, blanco y negro, con un delgado borde de azul lapislázuli en cada raya.
Uno de los hombres se dirigió a mí: “Te hemos estado esperando por mucho tiempo y nos embarga la dicha al verte de nuevo”.
Por alguna razón, aquello no me pareció del todo inusual. Tenía la sensación de que este “encuentro” había sido arreglado hacía mucho “tiempo”. Hice una pequeña reverencia y asentí ante el saludo. Luego el otro hombre dijo: “Él está adentro”. Eso tampoco era del todo inesperado. Agaché mi cabeza para entrar en la tienda y vi que había un hombre, un anciano con una piel “joven” e iridiscente como la porcelana, parado en el interior. Al posar sus ojos en mí tuvo una expresión de absoluta felicidad y satisfacción. Me abrazó fuertemente besándome ambas mejillas con lágrimas en los ojos. “Partiremos el pan primero”, dijo. De nuevo, esto no me pareció extraño y no me preguntaba lo que significaba “primero”, ¡si bien no lo sabía!
Nos sentamos sobre la alfombra junto a una pequeña mesa. Los otros dos hombres entraron con cuencos llenos de pan y leche. Había una copa dorada sobre la mesa conteniendo algo que parecía vino. El anciano cortó una gran rebanada de pan en pedazos similares ofreciendo uno a cada uno de nosotros. Lo mojamos en la leche y lo comimos. Luego tomó la copa, pasó sus manos sobre ella, sopló el contenido, y bebió, extendiéndola enseguida hacia mí. En ese momento, me di cuenta que todos me estaban mirando y sabía que beber era otra prueba. Bebí de la copa y las expresiones de felicidad eran evidentes en sus rostros.
Entonces el anciano se incorporó y se dirigió a una habitación “interior” a través de una puerta, y yo sabía que debía seguirle hacia adentro. En esta habitación había un arcón dorado del tamaño de una caja grande de pan. Lo abrió y sacó un largo collar. Era este el collar más extraño que yo hubiera visto jamás. Estaba hecho de una serie de esferas doradas en sucesión de tamaño, con la más pequeña del tamaño de una canica y la mayor, justo en el centro, del tamaño de una pelota de ping-pong. Suspendida en el centro había una figurilla de oro con una enorme piedra engarzada. La figurilla consistía en dos cuernos en espiral similares a los cuernos de un carnero, a ambos lados de una superficie plana sobre la cual estaba engarzada la piedra. La superficie plana era extraña ya que parecía “circular” y “triangular” a la vez. Cómo podía ser ambas cosas no puedo explicarlo, pero así era. La parte circular parecía ser una función de la piedra que estaba redondeada como una pelota de ping-pong cortada en dos. Pero eran las características de la piedra las que me fascinaban. Imaginen la combinación de un diamante y un ópalo y tendrán una idea de su apariencia. Era lechosa y aún así cristalina, con destellos flamígeros y colores como un ópalo, pero a la vez era brillante y transparente como un diamante. La cualidad “viviente” de esta piedra era evidente y me quedaba maravillada.
El anciano se volvió y me miró con detenimiento, escudriñando mis ojos en busca de algo. Sujetaba el collar con ambas manos en el aire mientras me observaba, hasta que finalmente dijo: “¿Entiendes?” Yo respondí: “Sí”. Y lo que fue inmediatamente evidente en mi fuero interno era que, si aceptaba la piedra, habría de asumir ciertas “consecuencias”. Las consecuencias eran que cualquier manifestación de falsedad en mi se volvería en mi contra y destruiría el instrumento con el que estaba operando, es decir, el cuerpo físico de mi presente encarnación sin importar que fuera intencionadamente o no. Estaba siendo encargada de buscar y decir la verdad sin cabida alguna para “pensamientos deseosos” subjetivos.
Con este reconocimiento, estaba recayendo sobre mí una enorme responsabilidad y riesgo. Era algo sobrecogedor e inclusive intimidante. Pero el temor pasó rápidamente. “¿Aceptas?”, preguntó el anciano. “Acepto”, dije, e incliné la cabeza para recibir la piedra. El colocó el collar suavemente alrededor de mi cuello, ajustándolo en los hombros para que la piedra descansara exactamente sobre la base del esternón. Recibí de nuevo un abrazo y salimos de la habitación interior hacia la exterior donde los otros dos hombres nos estaban esperando. Cuando vieron la piedra, sus rostros se encendieron de gozo, juntaron las manos y se inclinaron mientras yo pasaba a su lado. Solo pude asentir con la vista, ya que sabía que no podía proferir otra palabra en ese espacio.
Lo siguiente que recuerdo es la voz distante de June llamándome por mi nombre una y otra vez. Como si fuera un cohete, me disparé por entre la hendidura de la roca y me encontré sobre la montaña donde estaba la casa que alojaba mi cuerpo mortal, para encontrarme luego dentro de mi cuerpo, regresando como si estuviera emergiendo de un oscuro túnel hacia la luz de este mundo. Abrí mis ojos y allí estaban mis amigas, ¡viéndome y riendo porque me había “dormido” durante todo el ejercicio!
Traté de decir que algo extraordinario me había ocurrido, pero no supe encontrar las palabras adecuadas. Encontré que no podía describir la experiencia de otra manera que no fuera en términos más bien prosaicos, para diversión de todas ellas, así que decidí que no debía hablar más al respecto siendo lo mejor guardar todos los detalles para mí sola.
Preguntaron qué era esa piedra cuando traté de describirla, y lo único que se me vino a la mente era decir que se llamaba La Piedra Parlante.
Debo mencionar que poco tiempo después de haber iniciado las prácticas de meditación comencé a notar una extraña anomalía. Los “objetos” se rompían en mi presencia sin “causa” aparente. Cosas como vasos de cristal, lámparas de gas (recuerden, habíamos estado viviendo por largo tiempo sin electricidad) y otras cosas por el estilo. Había ensayado la explicación de “cambios de temperatura rápidos” tal y como ocurre cuando se vierte agua hirviendo dentro de un vaso, pero no resultaba demasiado plausible, especialmente durante el verano cuando el vaso en cuestión se encontraba sin contenido alguno, o la lámpara había estado en algún anaquel sin que se le hubiera utilizado en todo el día. Otro asunto más para “barrer debajo de la alfombra”.
Sin embargo, en nuestro viaje de regreso, bajando por las montañas, iba pensando en la piedra y como habría de enfrentar esta “condición” durante mi existencia y en especial en lo referente a mi relación con mi ex esposo, y justo en ese instante el vidrio trasero del carro de mi amiga explotó con un fuerte ruido similar al disparo de un cañón. Nos sorprendimos tanto que ella pisó fuertemente los frenos y de inmediato miramos alrededor. Miró por el espejo retrovisor mientras yo volteaba la mirada, y ambas vimos la ventana al mismo tiempo. Estaba lechosa con las fracturas del vidrio templado que se rompe en pequeños pedazos. Miramos en todas direcciones y no pudimos ver ningún automóvil o sitio alguno desde el que se hubiera podido lanzar algún tipo de proyectil. Y de hecho, tampoco parecía haber ningún “punto de impacto”. La ventana aún estaba en una sola pieza, pero completamente cubierta por las líneas de fractura, de manera que era imposible mirar a través de ella.
¡Fabuloso! Allí estábamos, ¡con cerca de seiscientos kilómetros por recorrer, una ventana posterior hecha añicos y una pila de maletas y “recuerdos” en el asiento posterior! No obstante, la ventana parecía aguantar en una pieza, así que seguimos adelante, aunque a velocidad reducida. En algún momento decidimos evaluar la situación, así que una vez que encontramos un lugar para detenernos, que resultó ser una estación de gasolina cerrada, salimos de la carretera. En el instante mismo en que pasamos sobre el desnivel del pavimento, ¡la ventana se desplomó en una lluvia de diminutos pedazos de vidrio!
Bueno, no había otra cosa que hacer más que encontrar algún lugar en el que pudiéramos pasar la noche, cubrir el carro, y salir de nuevo al día siguiente. Encontramos un motel donde el dueño amablemente nos prestó su propio garaje y al día siguiente conducimos hasta la ciudad más cercana que tenía un distribuidor afiliado a la marca del automóvil.
El auto fue reparado, pero los mecánicos estaban completamente confundidos. No pudieron encontrar ninguna explicación al hecho de que la ventana se hubiera despedazado de repente.
Otro incidente similar me sucedió poco después de haber regresado a casa. Para ese entonces habíamos construido una nueva habitación en nuestra “cabaña”, que ahora se había convertido en una casa, y esta habitación estaba flanqueada por dos grandes ventanas de vidrio de 1.2 por 1.8 metros. La casa estaba situada en medio de una arboleda y era prácticamente como tener la campiña adentro. La cabecera de la cama estaba colocada contra uno de los ventanales y yo disfrutaba mucho al estar dentro de esta habitación, en especial cuando llovía.
Me encontraba meditando en la cama, y mi ex esposo ingresó a la casa olvidando sujetar la puerta de cedazo para evitar que se azotara contra el dintel. Cuando se cerró de golpe, sentí un fuerte “tirón” interno y en ese mismo momento, la ventana en la cabecera de la cama explotó de la misma forma en que lo había hecho la ventana trasera del automóvil unos meses atrás. De nuevo, se trataba de vidrio templado, así que hubo un pequeño lapso antes de que comenzara a caer, lentamente en un principio, y luego de una sola vez, desplomándose encima de mí.
No necesito decir que, en esos momentos, mi ex esposo comenzó a ser más cauteloso con sus acciones para evitar darle un “tirón a mi cadena”. El estaba muy al tanto de la docena de vasos y lámparas de cristal que se habían roto, pero esto estaba llevando la situación a otro nivel. ¡Diablos! ¡Tal vez pensaba que yo era alguna clase de bruja! Pero estaba creando un distanciamiento entre los dos porque esto lo atemorizaba.
Debo admitir que yo misma me sentía atemorizada en algunas ocasiones. No tenía idea de lo que estaba sucediendo conmigo o a mí alrededor. Sólo sabía que me encontraba en una especie de “camino” y que debía seguir actuando en consecuencia, porque hacerlo de otra forma era de manera extraña, imposible. Pensaba que todo ello era similar a “caminar sobre el agua”. En mi mente me imaginaba en medio de un vasto océano sobre el que se dibujaba una dirección a seguir, pero cada paso adelante era a la vez un acto de fe y una consideración sensata de las probabilidades. Tenía una buena idea de dónde se encontraban los “soportes” que yacían escondidos justo debajo de la superficie del agua, pero no se me permitía verlos antes de que mi pie tocara el agua con cada paso que daba. Sabía que en cualquier momento podría descubrir que mi pie no iba a descansar sobre NINGUNA de la estructuras de soporte, con lo cual caería y me sumergiría en las olas.
Pero ya es suficiente de experiencias extrañas de meditación.
***
Ahora demos un salto de varios años a la época de los Bumeranes Negros Voladores, relatados en el Libro Uno de esta serie –otro gran cambio interno. El lector notará que ninguna de las experiencias dictó la “última palabra”. Las cosas sucedían por etapas y por grado al paso de los años. Y eso por supuesto implica que el proceso seguía en marcha. Tal y como lo indiqué en Gracia Asombrosa, fue durante esta época que mi sistema fisiológico se derrumbó por completo. Mi nivel de funcionalidad había sido precario por un buen número de años y ahora se había convertido en un asunto crítico.
Seguí esforzándome en funcionar por obra de pura voluntad (¿el camino del faquir?), pero podía observar como la tendencia era hacia el deterioro progresivo y sabía que si no sucedía un cambio iba a morir. Sabía que moriría porque la voluntad que me sustentaba se erosionaba cada vez más por obra del constante dolor. Mis pies no podían soportarme por más de unos cuantos minutos a la vez porque el dolor en el área pélvico y lumbar provocaba en todos los músculos una reacción espasmódica que desembocaba en un debilitamiento espástico porque los músculos se rehusaban a seguir funcionando. Los músculos que trabajan en el soporte estructural del cuerpo en las operaciones de transición entre la postura sentada y la postura erguida y los que operan el levantamiento de las piernas para caminar estaban involucrados; y todas esas actividades – tan ordinarias – se veían seriamente obstaculizadas. Requería ayuda constante para sentarme y levantarme, recostarme o salir de la cama, entrar o salir de la tina de baño, etc.
Sin embargo, mientras permaneciera sentada en una posición sin tratar de moverme, estaba bien. Y mi cerebro no se había muerto, así que continuaba leyendo y estudiando para distraer la mente a la vez que programé unas sesiones de hipnosis. Mi ex esposo consideraba que estaba fingiendo estar enferma. Se quejaba de que podía hacer todas las cosas que me gustaban como leer y dar sesiones de hipnosis para otras personas, pero no hacía nada por él, es decir, atender sus necesidades físicas. Aquello me ofendía y hería profundamente ya que de no haber sido por mi trabajo y mis lecturas, me habría sentido completamente inservible; no sería más que un vegetal.
En ocasiones deseaba no haber tenido ninguna familia que resultara lastimada en caso de que decidiera acabar con todo. La angina era tan constante que de hecho tenía fantasías en las que veía a un loco homicida empuñando un hacha e irrumpiendo en mi casa para cortarme el brazo de un solo tajo trayéndome el anhelado alivio. El doctor estaba totalmente confundido que finalmente sugirió que podía tratarse de un daño neurológico que podía remediarse por medio de una operación del túnel carpal. Naturalmente no ofrecía explicación alguna del porqué prevalecía el dolor en la región del hombro y el pecho. Estaba desesperada y acepté.
Cuando desperté de la cirugía que se suponía debía ser en mi muñeca izquierda, AMBAS muñecas se encontraban vendadas como si fueran guantes de boxeo. ¡Estaba horrorizada! ¿Cómo se suponía que hiciera algo con ambas manos vendadas?
Y el dolor era probablemente el peor que hubiera experimentado hasta entonces. Era peor que los dolores de parto: en la misma categoría que la migraña y las infecciones de oído. No estaba preparada para eso. Tampoco se alivió tal como afirmó el médico.
Lo cierto es que la cirugía no había hecho nada para aliviar el dolor, así que me encontraba peor que antes, con el agravante de que ahora no podía hacer nada. Ni siquiera tenía la fuerza suficiente en las manos como para girar la perilla de la puerta, o destapar un frasco, o sostener una papa para pelarla. No podía levantar una olla de la cocina; ni siquiera podía sostener un lápiz por más de un minuto sin ser presa de un dolor espasmódico que convertía mi mano en una garra rígida y temblorosa, como salida de una película de horror. Ni pensar siquiera en tocar el piano; eso estaba fuera de toda consideración.
Era muy deprimente. Y por alguna razón mi ex esposo comenzó a gozar de una tipo de placer morboso, torturándome a raíz de mi situación. Constantemente me recordaba que si quería llevar a cabo cosas que YO deseaba , iba a tener que buscar la manera de hacerlo por mi misma.
Entonces encontramos que la situación había “mejorado” de muchas maneras, reflejo de un cambio en mi estado interno, pero era obvio que quedaba mucho más por hacer. No tenía idea de qué ni siquiera era capaz de reconocer mentalmente que esto era lo que estaba sucediendo. Era consciente del hecho de que, de alguna manera, nuestros cuerpos reflejan los “estados del alma”, la condición de “La Piedra Parlante”, pero por más que lo intentaba, no podía encontrar la puerta hacia la sanación de mi propia alma que por ende me llevaría también a la sanación de mi cuerpo. Lo único que podía conjeturar es que debía haber algo más, algo más profundo, algo que aún no podía ver. Sabía que mi ignorancia jugaba un papel en todo esto, pero, ¿qué ignoraba? En el nombre de Dios, ¡¿qué era lo que estaba haciendo mal?!
En apariencia había alcanzado un estado de amor y aceptación por todas las personas, por todos los caminos, por todos los que luchaban en la ignorancia. Estaba trabajando tanto como podía (y aun en mi estado de deterioro físico, el esfuerzo era considerable) para “arreglarles” las cosas a todos aquellos que lo solicitaban. Nunca rechacé una petición de ayuda de nadie, pudiesen pagar algo o no. No lo hacía “por el dinero”. En cierto sentido me encontraba en una situación igual de mala como cuando aquella “voz” me indicó que debía “aprender” acerca del mal.
Bueno, lo estaba intentando. Estaba intentando aprender a cómo identificarlo. Lo que no sabía y estaba a punto de aprender, era que a menudo aquello que se manifiesta como luz y verdad realmente NO lo es; es un engaño absurdo. Esta era aún la parte “no aprendida” de la “lección del amor”. Ya había aprendido la lección de que las grandes organizaciones religiosas pueden ser un camino a la destrucción personal, lo que todavía no sabía es qué tan sutil y tortuoso podía llegar a ser este engaño y cómo podían manifestarse estos extremos a niveles individuales.
A principios de 1994 tuve una conversación con Frank, en la que enumeró en mi lugar la serie de extraños eventos sincrónicos de carácter casi milagroso que me habían llevado a la situación en la que me encontraba ahora. Citó uno por uno los puntos sobresalientes recorriendo toda la historia de mi vida con la que él estaba familiarizado, llegando hasta los años más recientes cuando el carácter extravagante de las sincronicidades había aumentado hasta el punto en que yo tenía la impresión de estar viviendo en un manicomio donde la realidad normal ya no dictaba las reglas, y la antigua tierra sólida de mi sistema de referencias rápidamente se desmoronaba bajo mis pies. Con cada observación que hacía, sentía como si una nueva ola de desconcierto barriera los endebles cimientos de mi existencia, haciendo que me hundiera cada vez más en la marisma de la locura.
¿Cómo lidiar con los elementos de una vida que había rebasado los límites de la extrañeza hasta niveles que uno no deseaba experimentar ni tampoco perpetuar?
Luego de haber recorrido la mayor parte de mi vida, Frank llegó a la época más reciente y señaló como los Ovnis habían coincidido con la primera sesión que hice relacionada con una “abducción”, y que claramente éste era un fenómeno bastante inusual. No todos los que dicen ser abducidos bajo hipnosis provocan toda una ola de Ovni. La pregunta era: ¿los habitantes de la tierra de los Ovnis se interesaban en el abducido o en el terapeuta?
No me gustaba el giro que estaba tomando la conversación. Entonces él señaló lo que parecía ser una conexión obvia (desde su punto de vista) entre mi estado de deterioro físico y mi propio encuentro Ovni. Cuando protesté que podía no haber relación alguna, me recordó como mi perro había enfermado y muerto poco tiempo después de haber sido “expuesto”, y como mis síntomas parecían haber llegado a su punto álgido precisamente la noche en que el Ovni había aparecido. ¿Cuál era mi explicación a ese pequeño detalle?
No tenía ninguna.
La teoría de Frank era que el fenómeno reciente se extendía por varios condados del estado involucrando a docenas de personas a las que yo ni siquiera conocía, y que todo había sido “escenificado” para llamar mi atención, para que me despertara.
No me gustaba nada el giro que había tomado la conversación. Como en el caso del camisón de dormir mojado y las extrañas luces, sentía la necesidad de “barrer todo debajo de la alfombra”.
“¿Porqué yooo?”, protesté. Sentía una enorme presión en el pecho (“La Piedra Parlante”) de sólo pensar en ello. “¡¿Qué se supone que debía hacer?!”. En ese punto a Frank se le habían acabado todas las teorías. “No tengo idea”, dijo, “solamente señalo lo que es obvio. Supongo que el resto debes averiguarlo por ti misma”.
Recuerdo claramente haber estado esa noche sentada en mi cama, pensando en todas esas “pistas” extrañas, deduciendo que había algo más profundo en nuestra realidad de lo que yo había supuesto a lo largo de mis años de trabajo e investigación. El único problema era que, tal y como le había señalado a Dios con engreimiento, estaba muy cansada para hacer algo al respecto. “Lo arruinaste, Barbas de Nieve”, le dije al Universo. “Si querías que hiciera algo, ¡me dejaste sufriendo mucho y por mucho tiempo! Así que, ¡toma!”. Mentalmente saqué mi lengua en desafío y resentimiento.
Ahí estaba yo, una rueda gastada dentro del engranaje, tanto como puede llegar a estarlo un ser humano y aun así aparentar girar dentro de la maquinaria como si nada. Pero me embargó una sobrecogedora sensación de “propósito” detrás de todo ello e inmediatamente me arrepentí de mi resistencia infantil. Me resigné y acepté la situación: le dije a Dios que si todas estas cosas estaban orquestadas para llamar mi atención, ciertamente habían dado resultado, pero yo no podía saltar del banquillo de los desahuciados para tomar la pelota y echar a correr. “Si se supone que haga algo aquí, vas a tener que recomponerme”, dije. “En este estado no hay nada que pueda hacer”.
En el transcurso de dos semanas (más bien en unos diez días) descubrí el Reiki. O debo decir, el Reiki me descubrió. Y también lo hizo el Dr. Greenbaum.
[1] Himno Cristiano de Fanny J. Crosby. Siempre fue uno de mis favoritos, y aunque he aprendido que el cristianismo –como ha sido promulgado por 2000 años– no es el cristianismo original, todavía encuentro algunos conceptos útiles enterrados como pequeñas gemas en el lodo.
[2] En los años de la descripción anterior, vi algo que transmite un poco la impresión que obtuve de esta luz. Hay una película con Sean Connery y Catherine Zeta-Jones llamada La Emboscada. Hay una escena en donde la actriz atraviesa un campo de luz láser. Si esos rayos de luz fueran deslumbrantemente más brillantes, puede tener una idea de lo que estaba viendo.
[3] Hemos puesto a disposición del público esta técnica de respiración y meditación gratis en nuestro sitio de Internet. El programa completo también está disponible en un paquete de tres CD-DVD, también disponibles a través de nuestro sitio de Internet. Llamamos a este programa Éiriu Eolas, que quiere decir “Crecimiento de Conocimiento” en celta. Para mayor información vea: https://cassiopaea.org/Eiriu-Eolas/
[4] Para el mejor análisis de la maldad en nuestro mundo lea Ponerología Política (Political Ponerology) de Andrew Lobaczewski, que Red Pill Press publicó en 2006. Describe a los psicópatas que llegan a dominar naciones y el doloroso proceso que lleva a atrocidades como el Holocausto. El libro cubre el espectro de comportamientos humanos: lo que es la maldad, y cómo incluso la gente buena puede ser arrastrada por su influencia.